Sunday, October 29, 2006

De Karseb y otros nombres de Dios

© Julio Murillo Llerda. 2005

Artículo publicado en la revista Más Allá de la Ciencia
Junio de 2005


Los Nueve Millones de Nombres de Dios es un relato breve de Arthur C. Clarke, que narra cómo unos monjes budistas dejan su lamasería y viajan a Estados Unidos, con el propósito de encargar a una gran empresa informática un ordenador capaz de procesar todos los posibles nombres de Dios, creando variaciones a partir de unas pocas vocales y consonantes. El encargo es aceptado y, tiempo después, el gran procesador es instalado en el Tibet, bajo la supervisión de dos técnicos que contemplan con asombro la interminable retahíla de nombres que el sistema ofrece como posibles.

Según algunos teólogos, los nombres de Dios son infinitos, incontables, pues infinitos e incontables son sus atributos. Desde que la conciencia de ser y la razón se encendieron, hemos formulado preguntas magnas que nos acompañan desde la cuna a la tumba. Y ninguna otra como la referida a la existencia de un Ser superior, un Telesma, un Principio Divino del que emana todo lo creado. En su intento por llegar hasta Él y conocerle, el ser humano ha intentado nombrarle. Y en buena medida le ha otorgado los nombres que le ensalzan y son, en resumidas cuentas, atributos o virtudes que entendemos como paradigma de la perfección posible o deseable: el inefable, el que todo lo ve, el sumamente misericordioso, la bondad más allá de la bondad, el justiciero, el poderoso, el eterno, el protector, el salvador. Y así, tantos como adjetivos calificativos contienen las lenguas humanas.

En la tradición musulmana, al orar, se deslizan las 33 cuentas del rosario, las subha, tres veces. Y esos noventa y nueve movimientos son acompañados por la enunciación de los noventa y nueve nombres más bellos de Dios. Unos cincuenta de esos nombres aparecen en la Biblia. La mayoría se consignan en el libro de los Salmos. Pero quizás esos nombres sólo sean la punta de un inmenso iceberg. Dice un hadiz que Dios tiene 4.000 nombres de los cuales mil sólo los conoce Él; otros mil son conocidos por Él y por los ángeles; otros mil se hallan en la Torah; trescientos en el Evangelio; otros tantos en los Salmos; cien en el Corán –99 explícitos– y el resto es desconocido.

El judaísmo presenta dos corrientes o tendencias a la hora de nombrar a Dios. Los Yahvistas consideran que Yahvé –o Jehová, nombre más reciente que designa la complejidad del Primero–, o su equivalencia YHWH, es el Nombre sobre todos los nombres. Los Elohistas, por su parte, le denominan Elohim. Pero según se consigna en los Textos Sagrados, el propio Dios le revela a Moisés: “¿Quieres conocer mi nombre? Me llamo según mis actos. En ocasiones soy El Shaddai, que retiene las faltas de los hombres; también el Tsebaot, cuando combato a los malvados; Elohim, cuando juzgo a las criaturas y YHWH cuando soy misericordioso con los mundos”.

Cuando al escribir mi primera novela tuve que otorgar un nombre a Dios, utilicé el de Karseb. Hace muchos años perdí un libro de teosofía en el que se decía: “El Nombre Último, más secreto y más íntimo de Dios, es Karseb, Karseb Elyon. El que recuerde este nombre no conocerá la pena ni la desdicha”. Elyon, o Elion, significa Dios Altísimo y aparece muchas veces vinculado a otros adjetivos o atributos. En Las Lágrimas de Karseb, los protagonistas de ficción buscan una joya mística en medio de un momento histórico estelar: el asedio turco a la gran Constantinopla.

El relato de Arthur C. Clarke termina de un modo bellísimo. Los dos informáticos que controlan el sistema observan que, al ser enunciado –tal vez en este caso sería mejor decir procesado– el último de los nombres de Dios, las estrellas, una a una, comienzan a apagarse en lo alto de los cielos. Quizá deberíamos pensar –y esto es una licencia espiritual inspirada por el recuerdo de esa narración– que Dios, Verbo Primigenio, creó todo lo existente nombrándolo. Y sigue creándolo de instante en instante, ex nihilo, de la nada, pronunciando toda la miríada de nombres a la vez. Y que la suma sonora de todos los nombres de la Creación, ese caos fonético imposible de articular, que sólo Él verbaliza y escucha, constituye el Nombre Último oculto tras la cortina de lo manifestado. El Uno es Todo. Todo es Uno.

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Julio Murillo Llerda, escritor y periodista, es autor
de Las Lágrimas de Karseb, obra finalista en la V edición
del premio de novela histórica Alfonso X El Sabio.
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